200 hinchas viajan 33 horas en bus hasta Colombia
Junto a un redactor de Líder, estas personas ruedan a Barranquilla para apoyar a su selección
Juan Sifontes Sousa
BARRANQUILLA.- Cuando a las 4:30 am del jueves el bus de Expresos San Cristóbal no había llegado a las cercanías de la estación de metro La Bandera, en Caracas, algunos se preocuparon y comenzaron a llamar al organizador. Pero todo estaba en orden.
La expedición a Barranquilla para apoyar a la Vinotinto en su duelo ante Colombia estuvo instalada y presta para arrancar media hora más tarde. Una docena de viajeros saldría de la capital con su ánimo intacto, y consciente de que esperaban paradas en Maracay, Valencia y Barquisimeto. Allí se irían sumando aficionados para que luego, en Maracaibo, se uniera el combo de completo: cuatro buses con capacidad para 40 personas cada uno, que alrededor de las 10:00 pm partiría a suelo cafetero. Nunca fue mejor usada esta expresión: muchos no pelaron la oportunidad de estar en Colombia para comprar café como provisión para el retorno a Venezuela, pero antes de eso hay mucho que contar.
La barra vinotinto fue tan variopinta que era digna representación de lo que es un colectivo nacional. Se juntaron por la carretera distintos acentos y colores del fútbol criollo, todos claros del contexto y las normas: cero piques, cero discusiones. Están allí por la Vinotinto, no por un club. Y el color era visible en camisas, bufandas y anhelos de victoria.
El viaje que partió desde Caracas estuvo amenizado por mucho balompié en las pantallas de televisión de los Expresos, aunque no eran videos al azar o por capricho, se proyectaron gestas de la selección nacional acordes a la ocasión: aquel Colombia 0-1 Venezuela, que se definió con el golazo de Juan Arango en la primera carga vinotinto; el empate a dos entre neogranadinos y llaneros en el segundo partido oficial de la era Richard Páez y para cerrar, yendo más atrás, la victoria 4-2 sobre Bolivia en San Cristóbal, la única cosechada en la eliminatoria con José Omar Pastoriza.
El factor psicológico también juega para el aguante en la grada, y más, luego de día y medio entre carretera y alcabalas.
En Valencia se dio el primer contratiempo del viaje y fue por alguien que se quedó, pero no perdió la oportunidad de lanzarse a Barranquilla, pues tras el aviso tomó un taxi y alcanzó al grupo antes de llegar a Barquisimeto. Eso ocasionó los primeros retrasos y el bus, que en suelo larense esperaban diez personas, llegó dos horas después.
Cayó la noche en la carretera hacia Maracaibo sobre las secuelas visibles de las lluvias de los últimos días. Allí el grupo superó la centena, y la salida se demoró por problemas con el combustible en las estaciones de servicio. Nadie comió en la espera, el estacionamiento de donde saldrían los nuevos buses, ahora Expresos Brasilia, estaba desolado. Solo un módulo de la Guardia Nacional sirvió para un desfile de gente buscando tomacorrientes para cargar sus cámaras y teléfonos.
Ya con 17 horas de viaje a cuestas y al menos otras seis por delante, que terminaron siendo más, vinieron las nuevas advertencias: “cero alcohol por ahora, vamos a llegar a la raya y todos tienen que llegar bien sobrios. Tengan sus documentos a mano, que pasaremos muchas alcabalas, el que dejó pasaporte tendrá que pagar multa y, por último, puede ser que en el camino se monte gente de la guerrilla, pero tranquilos, no se asusten que ellos no lo hacen para mal, solo por repartir volantes con sus consignas, en todo caso joden a los que van con real y esos no somos nosotros”, comentó uno de los cabezas de la expedición.
En la frontera todo fluyó con normalidad, salvo por un par de chamos sin pasaporte y con cédulas deterioradas, que tuvieron que someterse a la “matraca” de las autoridades para seguir adelante. La gente aprovechó de cambiar su dinero a pesos colombianos y de la nada apareció un carrito con café y chucherías que fue como una luz al final del túnel para muchos, pues había hambre, y bastante.
Fueron cuatro las alcabalas y nada de guerrilleros en el camino hasta Santa Marta, punto de parada para desayuno y paseíto costero, que no fue tan placentero por las malas condiciones de la playa. Más de la mitad emigró por cuenta propia a las cercanías para pasar las horas de espera en otro lugar. El resto resolvió alquilando habitaciones para tomar una ducha y cambiarse, después de más de un día de viaje.
Comenzaba a sentirse el clima de antesala del partido, con las camisas amarillas del local en la ciudad. Entretanto, una mujer allí hizo el contacto para alquileres en 50 mil pesos, otros pagaron menos por un par de horas para aprovechar el baño o echar una dormidita.
A la 1:30 pm tocó regresar al bus y enrumbarse de nuevo hacia Barranquilla: parada final y asiento de los sueños futboleros del fanático duro, capaz de sortear lo que haga falta por ver a su selección jugar un partido con el alma despierta. Una hora y media más de camino para estacionar en la ciudad sede del partido y tener las pintorescas entradas en la mano. Pintorescas, sí: pues recordaban un poco a los billetes de lotería.
BARRANQUILLA.- Cuando a las 4:30 am del jueves el bus de Expresos San Cristóbal no había llegado a las cercanías de la estación de metro La Bandera, en Caracas, algunos se preocuparon y comenzaron a llamar al organizador. Pero todo estaba en orden.
La expedición a Barranquilla para apoyar a la Vinotinto en su duelo ante Colombia estuvo instalada y presta para arrancar media hora más tarde. Una docena de viajeros saldría de la capital con su ánimo intacto, y consciente de que esperaban paradas en Maracay, Valencia y Barquisimeto. Allí se irían sumando aficionados para que luego, en Maracaibo, se uniera el combo de completo: cuatro buses con capacidad para 40 personas cada uno, que alrededor de las 10:00 pm partiría a suelo cafetero. Nunca fue mejor usada esta expresión: muchos no pelaron la oportunidad de estar en Colombia para comprar café como provisión para el retorno a Venezuela, pero antes de eso hay mucho que contar.
La barra vinotinto fue tan variopinta que era digna representación de lo que es un colectivo nacional. Se juntaron por la carretera distintos acentos y colores del fútbol criollo, todos claros del contexto y las normas: cero piques, cero discusiones. Están allí por la Vinotinto, no por un club. Y el color era visible en camisas, bufandas y anhelos de victoria.
El viaje que partió desde Caracas estuvo amenizado por mucho balompié en las pantallas de televisión de los Expresos, aunque no eran videos al azar o por capricho, se proyectaron gestas de la selección nacional acordes a la ocasión: aquel Colombia 0-1 Venezuela, que se definió con el golazo de Juan Arango en la primera carga vinotinto; el empate a dos entre neogranadinos y llaneros en el segundo partido oficial de la era Richard Páez y para cerrar, yendo más atrás, la victoria 4-2 sobre Bolivia en San Cristóbal, la única cosechada en la eliminatoria con José Omar Pastoriza.
El factor psicológico también juega para el aguante en la grada, y más, luego de día y medio entre carretera y alcabalas.
En Valencia se dio el primer contratiempo del viaje y fue por alguien que se quedó, pero no perdió la oportunidad de lanzarse a Barranquilla, pues tras el aviso tomó un taxi y alcanzó al grupo antes de llegar a Barquisimeto. Eso ocasionó los primeros retrasos y el bus, que en suelo larense esperaban diez personas, llegó dos horas después.
Cayó la noche en la carretera hacia Maracaibo sobre las secuelas visibles de las lluvias de los últimos días. Allí el grupo superó la centena, y la salida se demoró por problemas con el combustible en las estaciones de servicio. Nadie comió en la espera, el estacionamiento de donde saldrían los nuevos buses, ahora Expresos Brasilia, estaba desolado. Solo un módulo de la Guardia Nacional sirvió para un desfile de gente buscando tomacorrientes para cargar sus cámaras y teléfonos.
Ya con 17 horas de viaje a cuestas y al menos otras seis por delante, que terminaron siendo más, vinieron las nuevas advertencias: “cero alcohol por ahora, vamos a llegar a la raya y todos tienen que llegar bien sobrios. Tengan sus documentos a mano, que pasaremos muchas alcabalas, el que dejó pasaporte tendrá que pagar multa y, por último, puede ser que en el camino se monte gente de la guerrilla, pero tranquilos, no se asusten que ellos no lo hacen para mal, solo por repartir volantes con sus consignas, en todo caso joden a los que van con real y esos no somos nosotros”, comentó uno de los cabezas de la expedición.
En la frontera todo fluyó con normalidad, salvo por un par de chamos sin pasaporte y con cédulas deterioradas, que tuvieron que someterse a la “matraca” de las autoridades para seguir adelante. La gente aprovechó de cambiar su dinero a pesos colombianos y de la nada apareció un carrito con café y chucherías que fue como una luz al final del túnel para muchos, pues había hambre, y bastante.
Fueron cuatro las alcabalas y nada de guerrilleros en el camino hasta Santa Marta, punto de parada para desayuno y paseíto costero, que no fue tan placentero por las malas condiciones de la playa. Más de la mitad emigró por cuenta propia a las cercanías para pasar las horas de espera en otro lugar. El resto resolvió alquilando habitaciones para tomar una ducha y cambiarse, después de más de un día de viaje.
Comenzaba a sentirse el clima de antesala del partido, con las camisas amarillas del local en la ciudad. Entretanto, una mujer allí hizo el contacto para alquileres en 50 mil pesos, otros pagaron menos por un par de horas para aprovechar el baño o echar una dormidita.
A la 1:30 pm tocó regresar al bus y enrumbarse de nuevo hacia Barranquilla: parada final y asiento de los sueños futboleros del fanático duro, capaz de sortear lo que haga falta por ver a su selección jugar un partido con el alma despierta. Una hora y media más de camino para estacionar en la ciudad sede del partido y tener las pintorescas entradas en la mano. Pintorescas, sí: pues recordaban un poco a los billetes de lotería.