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Ultras y Hooligans

sábado, 6 de agosto de 2011

ULTRAS DE CHILE

http://revistarxn.8m.com/pag7.htm

«Los de Abajo»
Lo especial que tiene la barra de «Los de Abajo» es su forma de alentar al equipo y la manera en que expresa un fervor casi religioso por él. Nunca se había vista nada igual en las barras chilenas, hasta que ellos aparecieron. Su código de honor es simple: «- Uno se hace barrista alentando al equipo en las buenas y en las malas. Eso es lo esencial. Todos somos uno, todos somos iguales. En la barra, el rico y el pobre son iguales.» En esta barra sus miembros atestiguan una férrea unión entre ellos. Hablan del «lazo azul» que ata a la «familia azul» [color que distingue al club de la Universidad de Chile del resto y que usa en sus camisetas, banderas y otros símbolos]. Dicen sentir a la barra de la «U» como una familia, lo que lleva a que tengan entre ellos una relación de hermanos. Uno de ellos aclara el concepto de hermandad: «-No se trata de esa hermandad superficial, falsa, que se declara ante cualquiera con un «copete» [bebida alcohólica] en la mano, con eso del `compadre’. Esta se siente legítima. Uno se aprende los cantos, los gritos, aprende a saltar según el ritmo del bombo, a golpear las manos.»
La opinión de otro barrista reafirma lo anterior: «-En la barra de «Los de Abajo» se cumple un deseo de Hermandad; se salta, se canta y se abraza uno con quien no conoce y se comparte una alegría, un sentimiento, una entrega. Estoy aquí, me reconocen y yo los reconozco, me siento seguro entre ellos, puedo expresar mis emociones, no hay vergüenza ni tampoco represión.» Quizás, lo que mejor expresa este fervor del barrista hacia su barra y a su equipo es el siguiente testimonio: «-...yo ya era «azul» de corazón. Desde ese momento comenzó un camino al lado de la «U» que solo terminará con la muerte...pero no era solo la barra lo que me unía al resto, era el equipo, nuestros ídolos eran los jugadores. Después vino la derrota con Cobresal, y el descenso a segunda división. Lloré como niño, pero junto a otros amigos juramos seguir siendo «azules» para siempre.»
En estas declaraciones estaría explicitado el fenómeno que ata emocionalmente al barrista con su barra, primeramente, luego con su equipo y, en un tercer lugar, con la institución a la que éste pertenece. Aquí caben algunas consideraciones: para que la barra pueda afirmar su diferencia, es necesario que sea indivisa, que su voluntad de ser una totalidad exclusiva de todas las otras barras se apoye en el rechazo de la división social a su interior. Para pensarse como un Nosotros exclusivo de los Otros, es preciso que ese Nosotros se sienta como un cuerpo social homogéneo, tal como lo demuestran sus declaraciones: «-Todos somos uno, todos somos iguales»; o «-El «lazo azul» ata a la «familia azul»; o también «-Aquí me reconocen y yo los reconozco...Me siento seguro entre ellos». Igualmente, para que los miembros de la barra puedan enfrentar eficazmente el mundo de los «enemigos» necesitan que ésta sea y la sientan homogénea, que esté unida, que no presente divisiones. Recíprocamente, para existir en la indivisión se tiene la necesidad de la figura del Enemigo, en quien poder leer la imagen unitaria de su ser social. Esto está muy nítido en declaraciones de miembros de la barra de «Los de Abajo»: «-...voy y le pego porque es «indio» [hincha o barrista del Colo-Colo]; o «-Les pegamos a los «indios» para que sepan cuál es el equipo local en el nacional [el club de la Universidad de Chile juega de local en el Estadio Nacional].
Entonces, la xenofobia se instala cómodamente, cada vez que las presiones internas -gatilladas a veces por presiones externas-, señalan con el dedo al «Enemigo». Y este variará ante cada partido y según el peligro que entrañe para el propósito del grupo, ya se trate de la barra, del equipo, de los dirigentes o del club. Esto es un caldo de cultivo para el montaje de un acontecimiento mediante símbolos que orientan hacia la agresividad, que preparan a los actores (en este caso hinchas y barristas) para hechos de violencia.

«La Garra Blanca» Según lo dicho por un miembro de la barra del Colo-Colo, ya en los años ’87-88 la barra tenía más de 300 integrantes básicos. Por el año ’90 eran unos mil y, a la fecha en que el club expulsó a la barra, llegó a tener más de dos mil integrantes. Pero la hinchada que se coloca cerca de la barra puede llegar a 10.000 en los partidos importantes. Los que usan camisetas negras declaran ser los más violentos, «-los que se sabe que van a la pelea sin dar cuartel.» «La Garra Blanca» llega a todas las comunas populares de Santiago. Así, por ejemplo, en una esquina de las graderías del lado norte del estadio se colocan los del barrio Recoleta, en otra los del barrio Maipú, después los de Santiago Centro y los de Puente Alto, etc. Pero hay algunos que se colocan en cualquier parte. El líder de cada comuna tiene la responsabilidad por la participación de sugente. Todos se alientan entre sí para cantar, saltar y gritar. Casi siempre las canciones parten del lado de donde está el Bombo, en donde están los líderes, que son los más conocidos entre los barristas. Era notorio que el nombre de «garrero» con el que se autodenominan, les gratificaba mucho por su consonancia con el término «guerrero».

Nos tocó ver a la barra «La Garra Blanca» después de la expulsión, en una situación muy especial en la que buscaban desesperadamente revalidarse frente al equipo y el club, pero no tanto con respecto a los dirigentes. Fue en el partido de Colo Colo con Everton. El Colo-Colo ya estaba eliminado de la Copa Chile y el partido no tenía importancia. Había muy poco público en el estadio. En el sector norte, unas 70 personas integraban la «Garra Blanca». Solo había un Bombo, y no habían colocado lienzos -según nos dijeron-, por prohibición del club. Las edades fluctuaban entre los 14 y los 25 años. Un tipo de unos 50 años, de anteojos oscuros, trataba infructuosamente de hacer cantar con más entusiasmo a la barra. Era quien la dirigía en ese momento. Ví a dos personas vestidas con trajes formales, al lado de la barra, que parecían ser dirigentes del club y que se encontraban, aparentemente, fiscalizando el comportamiento de ésta. Los barristas, con sus gritos y cantos pedían perdón al jugador Rubén Martínez por el piedrazo que le había lanzado, según ellos, alguien de fuera de la barra en el partido jugado contra Boca Juniors; y alegaban su incondicionalidad al equipo, pese a haber sido expulsados. También despedían al jugador Barticciotto que había sido vendido por el club, y gritaban a los jugadores que «se rompieran» en la cancha. Pero nada sonaba a emoción, carecían de energía, realmente daban la impresión de saber que no convencían a nadie como barra.
En el segundo tiempo, observé que llegaba al sector en donde estábamos nosotros, un tipo bajo, de pelo corto, con muletas (le faltaba la pierna izquierda), acompañado de otra persona. Se sentaron en la parte de arriba, en donde había unos dos o tres espectadores. Al rato, el de pelo corto, comenzó a gritar: «-¡Locos, «la Garra» está afuera! ¡No los dejan entrar!». Ahí me dí cuenta que la barra que estaba observando no pertenecía al núcleo base de «La Garra Blanca»; que ésta se encontraba fuera del estadio, ausente del encuentro porque no había recibido ayuda para pagar la entrada. A cada rato el tipo seguía gritando lo mismo. Algunos de la barra se callaron y se fueron a sentar junto a él. Se notó un desánimo general. El que dirigía los cantos se desgañitaba más y más, pero era inútil. No tenía «garra» que transmitir. Las dos personas que parecían ser dirigentes del club, subieron a conversar con el que gritaba en favor de los barristas que estaban afuera. Los vi discutir y luego se levantaron y regresaron solos al lado del resto de barra que quedaba.
A los quince minutos antes de finalizar el partido, tiempo en que todos los estadios abren sus puertas para que entre la gente que se encuentra afuera, se incorporó una considerable cantidad de jóvenes a la barra. Algunos traían puestas camisetas con los colores de la bandera inglesa, demostrando reconocer la influencia de los «hooligans». Ya venían gritando y cantando, saltando y golpeando las manos. Era otra cosa. La participación subió de tono y el ánimo se contagió al público en general. El cojo de pelo corto, se había levantado y bajaba saltando por los asientos hacia donde estaba la barra. Temí que perdiera el equilibrio, pero tenía una pericia sin igual para equilibrarse con una pierna y la muleta. Llegado ahí, un «garrero» de gran porte lo subió sobre sus hombros como a un niño, y éste, desde esa posición, comenzó a dirigir a la barra. Gritó hacia las tribunas, apuntando con el dedo : «-¡Aquí estamos, Menichetti! ¡Aquí estamos otra vez!» [se refería al Presidente de la institución que los había expulsado]. Y también gritó hacia la «banca» en donde estaban el entrenador y algunos jugadores, llamando su atención sobre la barra. Entre otras cosas, pedía el retorno de otro dirigente. Hasta el final del partido, vimos a otra barra, a la Garra Blanca de la cual todo el mundo del fútbol hablaba, que nada tenía que ver con la inercia y el embotamiento de la que la había querido reemplazar. Cuando salimos, carabineros comenzó una labor de «cepillo», pero sin asperezas, llevando a la gente, especialmente a los miembros de la barra, hacia afuera del estadio. No hubo problemas ni desmanes.

El Bombo El Bombo es un símbolo importante para las barras. Mucho más que sus banderas y lienzos. El Bombo es el que ubica a los barristas sobre lo que hay que hacer durante el desarrollo de un partido. Sin él no hay coordinación, pues con él se ordenan las acciones: cuándo comenzar los cantos y gritos , cuándo cambiar, cuándo saltar. Hay varios jóvenes que se encargan de tocar el Bombo en los partidos. A veces cambian cada diez o quince minutos. Pero siempre son aquellos que pertenecen a un grupo selecto. Su manejo implica un status especial entre los barristas, y en ellos se reconocen los líderes. En momentos de euforia, por ejemplo, cuando el equipo mete un gol y los barristas se pierden de lo que se está haciendo en ese momento, es el Bombo el que los vuelve a ubicar y poner en situación.
Cuando entra el Bombo al estadio acompañado de los que lo protegen, y el que lo porta hace llegar al interior de éste los primeros sonidos, la barra entera se pone de pie porque sabe que el Bombo está haciendo un llamado a los suyos. Y cuando finaliza el partido, una numerosa corte de barristas acompaña al Bombo hasta la sede del club, cuidándolo de posibles agresiones o de robos. Pues el Bombo se reconoce como el «corazón» de la barra: «- Perder un Bombo es como perder a uno de nosotros»- comenta un barrista. Drogas

La utilización de drogas y bebidas alcohólicas es reconocida por parte de los barristas como algo común, no solamente en ellos sino en la juventud toda. Las últimas encuentas les estarían dando la razón. Entre otras drogas que reconocen usar, está la «chicota», un fármaco que se utiliza de manera diversa. Se muele y se aspira, como si fuese cocaína. También se toma con alcohol o se mezcla con agua destilada y se inyecta directamente a la vena. De esta última manera, se obtienen resultados más rápidos y el efecto dura mucho más tiempo. Uno de ellos justifica el uso de drogas de este modo: «- El drogarse con mariguana o neoprén o tomarse una «dorada» [un fármaco anfetamínico] es el subdesarrollo.» Una referencia hacia los barristas que se encuentran debajo del lugar en donde está el Bombo y que llaman «el pozo», me pareció estremecedora por lo trágico de la situación que configura. Un barrista nos lo informó así: «-Los «locos» del pozo bailan y bailan. Es tierno. Hay que tener aguante. Un estado físico increíble. Nunca dejan de alentar al equipo. Están todos «distorsionados» [drogados] ¡Locos de drogas y alcohol! Hay una coca -no la pasta base-, que la calientan y se disuelve en agua destilada y se la inyectan a la vena. También usan un tipo de anfetamina. A todas esas píldoras que se hacen de dos colores en los laboratorios, se les saca el lado del estimulante, se disuelve en agua destilada y se inyecta a la vena. A la vena es más inmediato el efecto y dura mucho más. Todos, además, «le hacen» a la mariguana [fuman]. Un amigo me mostró el brazo y tenía un verdadero callo, de tanto pincharse. Uno se equivocó y se pinchó una arteria. Le tuvieron que cortar la punta de un dedo. No se qué cuestión se le produjo. Hay otros que son flacos, que no comen nunca y que se mueven durante todo el partido, sin necesidad de estar «distorsionados».»